Estas son las figuritas que tengo en mi escritorio de trabajo. Iban de camino a un contenedor de plástico, y de ahí al horno de fundición. Su cruel destino era el de convertirse en parte de un insípido mini carrito de supermercado.
Justo antes de tirarlas, decidí salvarlas de la muerte. Y, mirándolas con detenimiento, me he dado cuenta de que son como los clientes.